En este Martes
Santo, el evangelio nos ayuda a profundizar en el polo del resentimiento, que
ayer apareció insinuado. Este polo está representado por dos personajes
conocidos: Judas (Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado)
y, en un grado diferente, Simón Pedro (¿Con que darás tu vida por mí? Te
aseguro que no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces).
Lo traicionamos cuando
abusamos de promesas que no vienen refrendadas por nuestra vida.
Lo traicionamos cuando, en medio de nuestros intereses, no tenemos tiempo para “perderlo” gratuitamente con él.
Lo traicionamos cuando volvemos la espalda a los “rostros difíciles” en los que él se nos manifiesta.
Lo traicionamos cuando lo convertimos en un objeto más al alcance de nuestros caprichos.
Lo traicionamos cuando damos por supuesta su amistad y no lo buscamos cada día.
Lo traicionamos cuando repetimos mucho su nombre pero no estamos dispuestos a dejarnos transformar por él.
Lo traicionamos cuando, en medio de nuestros intereses, no tenemos tiempo para “perderlo” gratuitamente con él.
Lo traicionamos cuando volvemos la espalda a los “rostros difíciles” en los que él se nos manifiesta.
Lo traicionamos cuando lo convertimos en un objeto más al alcance de nuestros caprichos.
Lo traicionamos cuando damos por supuesta su amistad y no lo buscamos cada día.
Lo traicionamos cuando repetimos mucho su nombre pero no estamos dispuestos a dejarnos transformar por él.
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